WANGARl MAATHAl
MERCÉ RIVAS TORRES
Autora del texto
Autora del texto
“Harambee es mi grito preferido. Significa ‘todos a
una’"
KENIA, 1940
Fue Premio Nobel de la Paz 2004. Vitalista y segura de
sí misma, es madre de tres hijos y no sólo es la primera mujer africana en
ganar el Nobel de la Paz (la surafricana Nadine Gordimer ganó el de
Literatura en 1991) sino que también fue la primera mujer en África
Central y Oriental en conseguir un doctorado así como un decanato de la
Universidad de Nairobi. Creó el Movimiento Cinturón Verde (The Green Belt
Movement). En su país la llaman “la mujer árbol”, Tree Woman.
“La paz en la Tierra depende de nuestra capacidad para garantizar la supervivencia de nuestro medio ambiente. Maathai encabeza la lucha por promover en Kenia y en África un desarrollo social, económico y cultural ecológicamente viable”, afirmaba el jurado que le concedió el Nobel. Y añadía: “Su enfoque sobre el desarrollo sostenible abarca la democracia, los derechos humanos y los derechos de la mujer en particular. Piensa globalmente y actúa a escala local”.
Wangari Maathai recibió la noticia cuando se encontraba trabajando frente al monte Kenia, su preferido, y lloró recordando a esas miles de mujeres que se habían puesto en marcha en su país para conseguir una vida más digna.
Tras estudiar en un colegio de monjas misioneras de su pueblo, años más tarde, gracias a una beca concedida por el obispo católico de Nyeri, se trasladó a Estados Unidos, consiguió la licenciatura en Biología en la Universidad de Kansas, realizó un Master en Pittsburg y continuó sus estudios en Alemania. Se trataba de una auténtica privilegiada, teniendo en cuenta que había nacido en los años cuarenta, en una aldea de la etnia kikuyo que no disponía de luz eléctrica ni agua corriente. Su infancia fue dura y ella misma la recuerda así al hablar de la violencia de su padre polígamo contra sus mujeres.
A su vuelta a Kenia decidió centrar su trabajo en el medio ambiente y así fue implicándose en la lucha contra la pobreza y el hambre y por la mejora de la situación de las mujeres.
“Comencé trabajando como científica aplicada a la investigación de los problemas alimentarios, emprendí estudios sobre el ciclo de la vida del parásito que se transmitía a través de las garrapatas y mientras recogía muestras me fijé en que los ríos iban llenos de limo. Aquello no sucedía cuando era pequeña. Por lo tanto había poca hierba y no contenía los nutrientes necesarios. El suelo no cumplía sus funciones. Aquellas mujeres no disponían de leña para hacer fuego ni para levantar cercas, no tenían pienso para el ganado, agua para beber o cocinar, ni suficiente comida para ellas y sus familias. Entonces se me hizo evidente que la mayor amenaza era la degradación del medio ambiente. De repente todo cobró sentido”, reflexionaba Wangari al poco tiempo de llegar a su tierra.
“Si vas al campo en África verás que son las mujeres quienes cultivan la tierra, van a buscar agua, cuidan a los hijos, a los mayores. Por eso era para mí natural trabajar con ellas”, opina Wangari. “Mi idea inicial era plantar árboles que proporcionaran a las mujeres leña, frutos y materiales de construcción para sus casas. Pero lo que ocurrió”, sigue explicando, “es que las necesidades descritas por las mujeres eran en realidad síntomas de otros problemas como la deforestación o la propia situación de las mujeres y de esta forma fuimos profundizando en temas como la degradación del medio ambiente, la malnutrición, las enfermedades. Me di cuenta de que, aunque parecen problemas distintos, están conectados”.
Y esos descubrimientos y su gran fuerza interior la llevaron a crear en 1977 el Movimiento Cinturón Verde (The Green Belt Movemet). Las mujeres involucradas en este movimiento han plantado ya en Kenia más de 30 millones de árboles. Otros muchos países han querido imitar su iniciativa con más o menos suerte.
Casada en los años setenta, su matrimonio duró diez años, ya que su marido le puso una demanda de divorcio por “ser demasiado educada, tener demasiado carácter, ser demasiado exitosa y demasiado obstinada para ser controlada”. El juez coincidió plenamente con el marido. Por lo tanto, ella pasó a ser la única responsable de la educación de sus tres hijos.
A esta luchadora incansable le gusta recordar al portavoz del jurado del Premio Nobel cuando afirmaba solemnemente en 2006 que todos somos testigos de “cómo la deforestación y el retroceso del bosque han ocasionado la desertización en África y amenazan a otras regiones del planeta, incluida Europa”. Y añadía: “A través de la educación, la planificación familiar, la nutrición y la lucha contra la corrupción, el Movimiento Cinturón Verde ha preparado el terreno para el desarrollo trabajando a escala local. Creemos que Maathai es una voz poderosa que habla en nombre de los más valiosos recursos humanos de África para promover la paz y unas buenas condiciones de vida”. Quizás eso la llevó al primer Gobierno democrático de Kenia como asistente del Ministro de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Vida Salvaje. Fue elegida para el Parlamento con el 98% de los votos en las primeras elecciones libres de su país y comenzó su trabajo con gran ilusión. Su objetivo fue influir desde dentro del Gobierno en los ideales que ella tenía y poder redactar leyes que pudiesen dejar un país mejor a sus hijos. Pero la experiencia política la dejó un tanto frustrada y decidió volver de nuevo a su trabajo en el Movimiento Cinturón Verde.
Wangari ha tenido que enfrentarse en más de una ocasión con lo que ella denomina “las junglas de hormigón” o políticos que preferían construir grandes hoteles de forma ilegal en lugar de pensar en la alimentación de los ciudadanos de la zona. A éstos se les suele denominar en Kenia “ladrones de terrenos”.
El movimiento de Wangari ha demostrado además que para plantar árboles no se requiere ni mucho dinero, ni tecnología, basta con movilizar a los ciudadanos, en este caso a las mujeres. “Yo les preguntaba”, relata Wangari, “¿qué problemas tienen? Y la respuesta era: ‘Somos pobres, padecemos muchas enfermedades y desnutrición, tenemos hambre, nos pagan muy poco por nuestros productos, no tenemos agua’. Y entonces insistía: ‘¿De dónde creen que vienen semejantes problemas?’. Casi sin dudarlo culpaban al Gobierno pero yo les decía que el Gobierno no era el único culpable, que ellos debían reclamar un mejor Gobierno, por supuesto, pero, les decía, ‘además, tenéis la tierra pero no la protegéis. Permitís que la erosión del suelo os gane terreno. Tenéis hambre pero no cultiváis alimentos. Habéis elegido cultivos exóticos que no crecen muy bien en vuestra tierra y que no son muy nutritivos. Así que tenéis que hacer algo’”. Y al grito de Harambee, que significa “¡todos a una!”, comenzó la acción que para ella nunca cesa.
“La paz en la Tierra depende de nuestra capacidad para garantizar la supervivencia de nuestro medio ambiente. Maathai encabeza la lucha por promover en Kenia y en África un desarrollo social, económico y cultural ecológicamente viable”, afirmaba el jurado que le concedió el Nobel. Y añadía: “Su enfoque sobre el desarrollo sostenible abarca la democracia, los derechos humanos y los derechos de la mujer en particular. Piensa globalmente y actúa a escala local”.
Wangari Maathai recibió la noticia cuando se encontraba trabajando frente al monte Kenia, su preferido, y lloró recordando a esas miles de mujeres que se habían puesto en marcha en su país para conseguir una vida más digna.
Tras estudiar en un colegio de monjas misioneras de su pueblo, años más tarde, gracias a una beca concedida por el obispo católico de Nyeri, se trasladó a Estados Unidos, consiguió la licenciatura en Biología en la Universidad de Kansas, realizó un Master en Pittsburg y continuó sus estudios en Alemania. Se trataba de una auténtica privilegiada, teniendo en cuenta que había nacido en los años cuarenta, en una aldea de la etnia kikuyo que no disponía de luz eléctrica ni agua corriente. Su infancia fue dura y ella misma la recuerda así al hablar de la violencia de su padre polígamo contra sus mujeres.
A su vuelta a Kenia decidió centrar su trabajo en el medio ambiente y así fue implicándose en la lucha contra la pobreza y el hambre y por la mejora de la situación de las mujeres.
“Comencé trabajando como científica aplicada a la investigación de los problemas alimentarios, emprendí estudios sobre el ciclo de la vida del parásito que se transmitía a través de las garrapatas y mientras recogía muestras me fijé en que los ríos iban llenos de limo. Aquello no sucedía cuando era pequeña. Por lo tanto había poca hierba y no contenía los nutrientes necesarios. El suelo no cumplía sus funciones. Aquellas mujeres no disponían de leña para hacer fuego ni para levantar cercas, no tenían pienso para el ganado, agua para beber o cocinar, ni suficiente comida para ellas y sus familias. Entonces se me hizo evidente que la mayor amenaza era la degradación del medio ambiente. De repente todo cobró sentido”, reflexionaba Wangari al poco tiempo de llegar a su tierra.
“Si vas al campo en África verás que son las mujeres quienes cultivan la tierra, van a buscar agua, cuidan a los hijos, a los mayores. Por eso era para mí natural trabajar con ellas”, opina Wangari. “Mi idea inicial era plantar árboles que proporcionaran a las mujeres leña, frutos y materiales de construcción para sus casas. Pero lo que ocurrió”, sigue explicando, “es que las necesidades descritas por las mujeres eran en realidad síntomas de otros problemas como la deforestación o la propia situación de las mujeres y de esta forma fuimos profundizando en temas como la degradación del medio ambiente, la malnutrición, las enfermedades. Me di cuenta de que, aunque parecen problemas distintos, están conectados”.
Y esos descubrimientos y su gran fuerza interior la llevaron a crear en 1977 el Movimiento Cinturón Verde (The Green Belt Movemet). Las mujeres involucradas en este movimiento han plantado ya en Kenia más de 30 millones de árboles. Otros muchos países han querido imitar su iniciativa con más o menos suerte.
Casada en los años setenta, su matrimonio duró diez años, ya que su marido le puso una demanda de divorcio por “ser demasiado educada, tener demasiado carácter, ser demasiado exitosa y demasiado obstinada para ser controlada”. El juez coincidió plenamente con el marido. Por lo tanto, ella pasó a ser la única responsable de la educación de sus tres hijos.
A esta luchadora incansable le gusta recordar al portavoz del jurado del Premio Nobel cuando afirmaba solemnemente en 2006 que todos somos testigos de “cómo la deforestación y el retroceso del bosque han ocasionado la desertización en África y amenazan a otras regiones del planeta, incluida Europa”. Y añadía: “A través de la educación, la planificación familiar, la nutrición y la lucha contra la corrupción, el Movimiento Cinturón Verde ha preparado el terreno para el desarrollo trabajando a escala local. Creemos que Maathai es una voz poderosa que habla en nombre de los más valiosos recursos humanos de África para promover la paz y unas buenas condiciones de vida”. Quizás eso la llevó al primer Gobierno democrático de Kenia como asistente del Ministro de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Vida Salvaje. Fue elegida para el Parlamento con el 98% de los votos en las primeras elecciones libres de su país y comenzó su trabajo con gran ilusión. Su objetivo fue influir desde dentro del Gobierno en los ideales que ella tenía y poder redactar leyes que pudiesen dejar un país mejor a sus hijos. Pero la experiencia política la dejó un tanto frustrada y decidió volver de nuevo a su trabajo en el Movimiento Cinturón Verde.
Wangari ha tenido que enfrentarse en más de una ocasión con lo que ella denomina “las junglas de hormigón” o políticos que preferían construir grandes hoteles de forma ilegal en lugar de pensar en la alimentación de los ciudadanos de la zona. A éstos se les suele denominar en Kenia “ladrones de terrenos”.
El movimiento de Wangari ha demostrado además que para plantar árboles no se requiere ni mucho dinero, ni tecnología, basta con movilizar a los ciudadanos, en este caso a las mujeres. “Yo les preguntaba”, relata Wangari, “¿qué problemas tienen? Y la respuesta era: ‘Somos pobres, padecemos muchas enfermedades y desnutrición, tenemos hambre, nos pagan muy poco por nuestros productos, no tenemos agua’. Y entonces insistía: ‘¿De dónde creen que vienen semejantes problemas?’. Casi sin dudarlo culpaban al Gobierno pero yo les decía que el Gobierno no era el único culpable, que ellos debían reclamar un mejor Gobierno, por supuesto, pero, les decía, ‘además, tenéis la tierra pero no la protegéis. Permitís que la erosión del suelo os gane terreno. Tenéis hambre pero no cultiváis alimentos. Habéis elegido cultivos exóticos que no crecen muy bien en vuestra tierra y que no son muy nutritivos. Así que tenéis que hacer algo’”. Y al grito de Harambee, que significa “¡todos a una!”, comenzó la acción que para ella nunca cesa.
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